—Vamos llegando a destino. La mujer sigue sin decirnos nada.
El pobre hombre parecía que iba a romper a llorar de la presión. Sentía cómo el aire a su alrededor se cargaba de alguna intensa aura asesina, y no era la propia... estaba seguro. Cuestión aparte la mala fama que le habían fabricado a Alfred, él realmente parecía que tenía intenciones de matar de forma permanente. Su perpetuo inexpresivo rostro jamás había sido una buena señal.
No dijo nada. Solo se mantuvo de espaldas mirando a través del cristal, como si las palabras del joven le hubieran entrado por un oído y salido por el otro. Pero por supuesto que había escuchado todo, y no le hacía ninguna gracia. No podía evitar pensar que todos a bordo eran una panda de inútiles. Pero les consideraba de algún modo, mocosos a su cargo y con su edad no le era difícil mantenerlos a raya y velar por ellos como si fuera su puta niñera.
Masajeó su mandíbula, pensativo.
—Vamos a aterrizar en breve—su voz grave pareció resonar en todas las amplias paredes, y ni la había elevado lo suficiente—. ¿Cómo es su estado?—miró por sobre su hombro.
El hombre respiró hondo.
—La dejamos sin comer tres días, y sin agua dos...—negó con la cabeza—...sigue sin hablar.
Odiaba perder el tiempo.
Se puso el sobretodo sobre el torso desnudo y pasó junto al subordinado mirándolo solo una vez. Solo con eso, él supo que no saldría bien parado de ésa. No podías simplemente no hacer bien tu trabajo y salir ileso de ello.


—Mujer, no eres irremplazable.
Cuando menos acordó, ya estaba arrastrándola por los pasillos de manos encadenadas (porque sí, Alfred no subestimaba a nadie), guiándola hacia una de las escotillas de emergencia. Abrió la puerta y el viento les azotó violentamente al tiempo que sobrevolaban lo que parecía ser una increíble y peligrosa selva. Con increíble fuerza una mano se afirmó al borde de la puerta y con la otra le sostuvo por las muñecas atadas.
—Si no cooperas, lo tomaré como que no deseas estar aquí. Y si no quieres estar aquí...—amagó a lanzarla por el borde, forzándola a inclinarse hacia adelante—...entonces por supuesto que te dejaré bajar.
Hubo un momento de silencio.
—Puedo darte otra opción, sino—ofreció como si fuera un encantador anfitrión, aunque en sus ojos solo se reflejaba lo inescrupuloso y cruel que podía ser si se lo proponía. Y claramente para él, eso no era nada—. Puedo decirles a mis hombres que hagan contigo lo que les plazca...—la miró—...desearás estar muerta.—y más que una amenaza, sencillamente estaba siendo sincero. Ella no era la primera, ni la última.

No se permitió estar desconcertado mucho tiempo, Alfred era un hombre de rápida reacción... su trabajo se lo exigía. Así que por más que se tambaleó con cierta sorpresa, su mano si logró asir el borde de la cadena nuevamente. La mujer ciertamente tenía agallas... hacer semejante acto con la escotilla abierta, un paso en falso y le hubiera costado la vida.
Tiró del extremo una vez más para lograr hacer que ella misma perdiera el equilibrio y una vez la vio caer, se acercó rápidamente a la puerta y la cerró. Si algo había aprendido de sus años como un malviviente, es que de los locos no había que fiarse, y claramente esa mujer, no estaba en su sano juicio... o pecaba de intrépida. A saber. Ya fuera lo uno o lo otro, bastaba para ponerlo en alerta.
—Mujer...—dijo despacio, usando otra vez y sin cansancio aquél término que la ubicaba como un ser vivo ineficiente... más que por el término en sí, por el tono en el que lo empleaba. La miró y caminó brevemente a su alrededor, con las manos a sus espaldas. Había dejado de sostener el extremo de la cadena, y básicamente, parecía tener curiosidad por las intenciones de la joven—. Más allá de las opciones, mi resolución sigue siendo la misma: Quien no coopera, no se queda. El privilegio de permanecer en esta nave recae en ello. Así que... aconsejo que hagas lo indicado.
Se llevó el índice y pulgar a los labios, y efectuó un fuerte silbido, moviendo la cabeza hacia un lado en particular de aquél pasillo y luego esperó un momento. No pasó un minuto que una silueta se dibujó al final del mismo... un animal, algo parecido a una pantera, solo que sus colmillos no eran del tamaño convencional en un ser de esa raza, y sus ojos presentaba una extraña mezcla de tintes. Sus pasos lentos se detuvieron junto a Alfred, pero sus ojos reposaban en la mujer.
—Nuevamente, te daré a elegir: O cooperas, o te dejo libre... pero en la nave, estos animales atacarán a cualquiera que no sean mis camaradas o conocidos.
Aunque no lo pareciera, aquello era en cierta forma una opción a salvarse por sus propios miedos sin tener que sucumbir a la traición... pero seguía siendo un riesgo muy grande.
En todo caso, a Alfred le daba igual. Ya lo había dicho antes: nadie es irremplazable.