Sólo habían pasado un par de segundos antes de que el negro se aclarara, dejándole ver al demonio un azul profundo generado por las capas de diversos gases que protegían a ese nuevo planeta al que llegaba. En su mundo el cielo era carmesí, como la sangre, como si estuviera replicando a la sanguinaria vida que allí llevaban sus habitantes. Le pareció incoherente mientras caía desde lo alto, a unos 150 kilómetros de la superficie terrestre, aquello y la inmensidad de colores que desde ese lugar podía ver en lo que parecía ser el suelo. Sentía como, la baja gravedad de ese planeta lo atraía, y obviamente a esa distancia, aceleraba una y otra vez su velocidad. Al fin había llegado a otro mundo, a otra dimensión, y aún parecía no ser la versión original de lo que había sido sino más bien una réplica.

Justo antes de caer, el demonio tenía una y mil preguntas, acerca de objetos, acerca de los acontecimientos, las costumbres, las diferencias que se denotaban allí. En un momento simplemente puso en blanco su mente, y cayó en la tierra, creando, justo antes, una especie de barrera de oscuridad que terminó por crear un leve cráter al recibir el peso del cuerpo del demonio a la velocidad que ya iba. Había parecido un ángel justo antes, con una alas negras como el ébano para quien le observara a la distancia.

Al salir de allí sus ojos lo trataron de detallar todo, aunque lo dejaron en cierto punto. Supuso que lo más conveniente sería el hallar un guía, puesto que, de lo contrario, podría terminar por ocasionar algún trauma en aquel mundo, además de ganarse el que lo tratasen de seguir, puesto que, al menos en ese momento, no sentía la presencia de ningún otro de su raza, a duras penas algunas criaturas “frágiles” a la distancia. Caminó en su dirección.