El día libre. Horas y horas que se amontonaban directamente hacia el desmadre. Sin compromisos fiscales ni legales; sin tener que estar rígida durante toda la jornada, manejando a soldados y asintiendo como un perro faldero hacia sus superiores. Era alentador días como aquellos, noches como la pasada.  Tony era capaz de dejar que su alma libre -aparentemente desencadenada- se regocijara en el secretismo de su delincuencia anónima. Por ello, por los suburbios de las calles estaba ella, pegando saltos de capó en capó de los coches, rompiendo algún que otra luna o ventanas; reventando ruedas a balazos por el mero placer de oír cómo el aire se escapaba de las gomas de los neumáticos. ¿Con qué fin? Ninguno aparte de la diversión, de soltar toda aquella adrenalina que su cuerpo generaba. Con ningún otra intención; no buscaba herir o molestar a personas ajenas, a pesar de que ése fuera el precio por sentir cómo la vida la sacudía. Sobretodo cuando alguna que otra policía esperaba ir a su encuentro.

La mujer de cabello azul eléctrico sonrió con burla al ver a Freia doblar la esquina y capturar a ésos dos hijos de puta. Se sintió ligeramente ofendida, puesto que ella había ido detrás de ellos también por el morbo de saber qué era lo que se cocía. Llevaban semanas planeando el intercambio de órganos. Ella lo sabía todo. Pero, como siempre, la oficial era demasiado lenta y los cazaba cuando la víctima seguramente ya se estaba deshaciendo a puro sol, descomponiéndose y mancillando la aroma natural de Eden. Y ella no iba a hacerle el trabajo, mucho menos cuando la ajena trataba encarcelarla, buscar una excusa para tirarle encima la desgracia, deshacer todo lo que la cabo había conseguido en ésos últimos dos años entre psicólogos y advertencias para nada esperanzadoras.


Antonia estaba encima de la azotea del edificio que estaba enfrente del coche de la oficial, justo donde esos dos traficantes descansaban en el asiento trasero. Sintió lástima por ellos; incautos... ¡No tanto como ella! Fox empezó a reírse, oculta, haciéndose presencia solo por aquellos sonidos escandalosos que nacían en el estómago y vibraban contra sus cuerdas vocales, agudas; dementes. Finalmente se expandían como el gas en el aire, llegando a los tímpanos de Freia como unos cascabeles angustiosos y enfermizos. Quería provocarle la incertidumbre de no saber dónde podía estar. Vamos, no era la primera vez que se encontraban vagamente. A veces por error, y de otras tantas, culpa de la esquizofrénica que quedó seducida al oír que aquella morena se moría por sus huesos... Casi literalmente. De todos modos, le excitaba tener a una mujer de ése calibre a sus pies, persiguiéndole como un perro rastrero. A veces se masturbaba soñando que sus esposas herían sus muñecas por qué tanto le apretaban la piel, hiriéndola, provocándole un éxtasi de adrenalina. Sí, sí. ¡Soñaba en ser electrocutada por aquél taser que tan bien se amoldeaba a sus manos! Su tacto, sus quejidos... Quería imaginarse a Freia derretirse. ¿No aparentaba ser tan estúpidamente fuerte? Se preguntaba qué tanto le duraría en la cama.

Tiró a los pies de la oficial un trío de granadas que buscaron engancharse al tobillo ajeno, o al menos petar las ruedas de su automóvil, para entonces observar el humo estallar cuando explotó lo que le había lanzado. Estaba en la duda de saber si había conseguido herirla o si, por el contrario, le había alcanzado. De todos modos, Jinx saltó hacia la acera, sintiendo al aterrizar cómo un escalofrío de dolor le subía desde la pantorrilla a la nunca. Pegó un quejido de placer insano, llevándose la mano a las caderas para acariciarlas con énfasis, resiguiéndose con la yema de los dedos el tatuaje de balas y nubes que tenía grabado a tinta sobre el costado y brazo. Buscó con sus iris intensos y antinaturales los de aquella mujer. Su mirada dilatada clamaba la atención de aquella mujer armada, aunque no tanto que la propia delincuente.
- Hey, darling... ¿Me buscabas?
Volvió a reírse sin pies ni cabeza, ladeando la cabeza una y otra vez como si tuviera un bicho aferrado al cráneo. Saltaba y se movía por la hiperactividad, quizá producida por los restos de Sprite que quedaban en sus vasos sanguíneos de la noche pasada donde había desfasado entre fiestas clandestinas, ilegales, donde se había llegado a acostar con una bella mujer de cabellos rojizos que, realmente, era una Diosa cuando gritaba entre el miedo y el placer de los tratos de la Bala Perdida.