El señor Verhoeven observó con atención a la muchacha. Ella asustada clavó la mirada en las puntas de sus gastados zapatos. -¿Donde dices que la has encontrado Kokai?- pregunto inquisitivo el obeso burócrata. -Hace un par de semanas, en una aldea en tierras salvajes. Sin duda una aventura digna de ser narrad...- no pude terminar porque el señor Verhoeven me cortó -¿Una aldea?- repitió, enarcando una de sus gruesas cejas. -Una aldea.- confirmé -Marcela y sus padres son granjeros, gente decente y trabajadora. Mucho más útil que cualquier burguesa, si me permites la observación.

-Marcela. Que ... rústico.- el señor Verhoeven volvió a centrar su mirada en la chica, que se retorcía las manos sin saber muy bien que hacer con ellas. Tras un incómodo silenció, que Verhoeven parecía dispuesto a alargar indefinidamente, carraspeé, alce la cabeza y anuncie -Si no es de su agradado me la llevaré y la venderé en otro lugar.- realmente no lo decía enserio, tenía otros posibles compradores, si, pero sabía que a Verhoeven en especial me haría un buen precio.

-4.000.000 de créditos, es una oferta más que justa por alguien como ella.- estiro la mano esperando un apretón que sellase el acuerdo, sin embargo, el apretón no fue respondido. -Vamos jefe, sabe que puede ofrecer más. Sinceramente por esa cantidad me la quedaría yo. 9.000.000 y quizás lleguemos a un trato.- esta vez fui yo quien estiro la mano. El señor Verhoeven acercaba lentamente su mano dubitativa, aunque finalmente me estrecho la mano. -¡Argh! Esta bien. Eres un sucio canalla. Espero que la próxima mercancía que me traigas tenga más clase.


Lanzo la tarjeta al aire una y otra vez. -Uh ... Prefiero las bolsas llenas de dinero a estas tarjetitas.- refunfuñaba mientras caminaba por las calles del distrito Metro. La noche ya adornaba al cielo. No era una de esas calles llena de gente, con letreros tan luminosos que hacían daño a la vista e impedían ver las estrellas, era una calle más pequeña, oscura, la mayoría de las luces estaban fundidas y las pocas farolas que funcionaban parpadeaban como si aquello fuese una película de terror, sin embargo era agradable.

Cuando la noche cae, usualmente en la mayoría de las ciudades, las personas salen de sus trabajos después de un largo y agotador día al tratarse de ganarse el bocado de pan el cual se distribuye en casa. No sin antes realizar alguna tarea o hobby que les permita descansar brevemente de sus labores y felicitarse así mismos por otro día de trabajo bien hecho mas aya de si sus jefes de turno les mencionaban eso antes de ir a sus casas. Y claro la gran mayoría de personas iban a parar a bares que se abarrotaban en segundos en lo que podría llamarse una "happy hour", un momento del día en donde los cantineros locales venden tanto, que establecen promociones por esos horarios en los que todos toman un pequeño desvió antes de llegar a casa.

En la absoluta oscuridad que brinda el basto cielo de esa noche, en aquel barrio, en medio de aquellas calles destaca un local en particular, la noche era calmada, sin rastro alguno que indique lo contrario, salvo por el ruido de la música que sale de esta. El silencio en las callejuelas hace acto de presencia el cual únicamente era roto por momentos por locos y los borrachos de aquella noche, algunas estrellas adornan el firmamento, sin una nube en las lejanías. Pequeñas betas de luz escapan de entre las rendijas de la puerta y las ventanas, dentro de aquella cantina, al parecer se encuentra a reventar, ya que las risas y la música están en completa sintonía. "Dazzling Breath", ese es el nombre de aquel lugar. Una fachada típica, retro, antigua, cochambrosa (?). Uno de esos lugares a los que los chavales de hoy en día jamás irían a beber y realmente ese era el encanto de aquellos lugares, solo los hombres hechos y derechos de verdad podían apreciar la calidez de un pequeño bar local. ¡Sencillamente increíble!

Las puertas se abrieron al estilo western con un estrepitoso sonido. Todos los allí presentes miraron hacía mi. Era normal, no era un típico cliente y mi vestimenta desentonaba demasiado en aquel lugar. Me senté en la barra y pedí un whiskey. -A tu salud Marcela.- susurre antes de darle un trago. Después de todo ella lo había pagado ... más o menos.

Ahora quizás uno tendría cargos de consciencia, quiero decir, ¿vender personas? Bueno, nunca dije que yo fuese bueno. Solo soy un desviado moral, me aprovecho de los humanos, los vendo y les saco dinero. Pero solo los seres humanos se ven como seres morales. No soy humano, así que no puedo usar leyes humanas o morales para establecer mi conducta. ¿Eso te suena a excusa? ... Tal vez lo sea.