I.

r. "Richie" & Arabella — Snap out of it.

Pulcra, limada y pulida. Con un brillo tenue y algo apagado, que se bañada en un fogoso tono carmesí como la sangre. Y como su carmín. Pero, curiosamente, no lo era. La mujer de las largas hebras doradas se encontraba sentada, recostando la espalda levemente sobre aquel asiento encuerado, apoyando la mano derecha sobre sus piernas cruzadas con elegancia, y mirando la contraría fijamente, con cierta vagueza, pero como aquel que mira una hermosa obra de arte por primera vez. Analizaba su uña del dedo indice, la cual brillaba por los movimientos circulares que ésta hacia. Entre sus dedos bailaba con gracia un encendedor que daba vueltas, como un vaivén eterno que no paraba de rotar. Miraba inundada entre sus pensamientos de la noche. Hasta que, finalmente, el ordenador que tenía frente a ella se iluminó y cerró la mano. No recordaba a quién se lo había robado, o si quizás se lo habían regalado, pero llevaba con el un par de años. Evidentemente no funcionaba, pero por alguna razón, le gustaba llevarlo siempre. — Vaivén, pero sobretodo ven. —

Se incorporó mejor en una cómoda postura mientras sus afilados orbes analizaban toda la información que iba pasando a través de la pantalla frente a ella. Leía con interés más con una expresión apagada. Aquel rostro jamás dejaba ver demasiadas de aquellos llamados sentimientos. Sus finos dedos de la mano derecha pasaron al teclado, apretando las teclas con rapideza y maestría mientras que, su contraria, encendía un cigarro que amargaba sus fosas nasales y garganta. La añil luz del monitor era lo único que iluminaba la habitación. Prefería trabajar a oscuras. Y, al parecer, le iba a tocar esmerarse más de lo que esperaba. Entreabrió sus labios y dejó salir aquel espeso humo lentamente que dibujaba pequeños círculos en el aire que lo disipaba.

El trabajo de aquel día, a priori, parecía sencillo, pero no cuando aquellos inútiles compañeros que tenía no sabían ni recabar una información lógica y coherente. Buscaban a uno de aquellos asesinos a sueldo los cuales inundaban la ciudad de Eden a desconcierto de sus habitantes. Pero así era, levantabas una piedra y aparecían tres, sin embargo, aquel hombre no aparecía ni levantando la ciudad entera. No tenían nombre, descripciones factibles y ni siquiera podían haber trazado su patrón de asesinatos ya que jamás habían encontrado sus cadáveres. Era un asesino a sangre fría, se desconocía si pertenecía a alguna mafia o simplemente trabajaba por libre. Solo tenía aquella inútil información; sus ojos eran azules. Estupendo, aquello reducía muchísimo su búsqueda. Nótese la ironía. Pero, el azul a veces era perturbador.

— Panda de incompetentes. —Un gruñido sonoro salió de sus labios a la vez que se estiraba y hacia crujir y recolocar sus vertebras, mientras que pasaba aquellos documentos al pequeño usb que estaba conectado al aparato. Al parecer, si quería tener un buen trabajo que entregar, debía hacerlo ella misma. Con suerte sería más complicado y entretenido que el anterior. O no. Se levantó apagando el cigarrillo en el cenicero y se acercó a su armario para ponerse algo cómodo. Y oscuro, no fallara. Se desnudó con calma y pasó frente uno de los espejos dedicándose una vaga mirada. Vísteme despacio que tengo prisa. Su cuerpo, aunque pequeño, estaba entrenado, y su piel pulcra de porcelana era adornada por decenas de cicatrices y otras marcas, como quemaduras de haber apagado cigarrillos en sus antebrazos. Los años las fueron borrando, así como los recuerdos, pero la que surcaba su pecho debido a su operación de corazón parecía no querer borrarse jamás. Y estaba segura no lo haría.

Salió de casa con pasa firme aunque tranquilo y subió la cremallera de su negra sudadera antes de ponerse la capucha, ocultando su larga melena y ensombreciendo su rostro. Su colocó unos auriculares, apagados evidentemente, para no dar más a ver que era una persona más que realizaba un paseo nocturno. Aunque pocos pasearían por aquellas calles. Pronto llegó a los lúgubres y apagados callejones de Eden, donde se sumergió a la espera de que aquel hombre a quien investigaban, o cualquier otro, hicieran acto de presencia. Llevaba días con aquella rutina y estaba empezando a cansarse. Eran otros inútiles quien debían patrullar las calles, pero ya se sabía, si querías algo bien hecho debías hacerlo tú mismo.

Caminó y caminó, y en un leve movimiento palpó las armas que llevaba ocultas bajo sus ropas y tras ésto, otro cigarrillo se volvió a prender. Entonces lo escuchó. Cuando parecía que la noche sería igual que las demás, lo escuchó. Pasos rápidos. Pasos que huían. Respiraciones agitadas y voces que no llegaba a descifrar. Sus rápidos pasos no tardaron en añadirse para acercarse a la susodicha zona, cual león que perseguía a su presa. No iba a arriesgarse a fallar, si aquel no era su hombre, al menos tendría algo de diversión. Pero lamentablemente el destino era tan irónico como cabrón. — Ojos azules. —