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Clash. — Priv. Miklavz.

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Mensaje por C. "Ray" Kähler Jue Mar 19, 2015 4:36 pm

El olor del café que inundó sus fosas nasales la hicieron relajarse e inspirar tranquila. Entreabrió sus rojizos y carnosos labios llevando la taza a éstos, degustando aquel amargo sabor. Giró sobre si apoyando la espalda en la encimera y echó una vista rápida a aquella pequeña cocina dónde se encontraba. Que irónico era todo.

— FLASH BACK —

Pulcra, limada y pulida. Bañada en un fogoso tono carmín como la sangre. Pero, curiosamente no lo era. La mujer se encontraba de pié, apoyada sobre la mesa, apoyando la mano derecha en ésta y mirando la contraría fijamente, como aquel que mira una hermosa obra de arte. Aunque bueno, eso era ella. Todo arte y hermosura. Ah, y ego. Analizaba su uña del dedo indice, la cual brillaba por los movimientos circulares que ésta hacia. Sobre ésta, a un par de centímetros sin llegar a tocar su mano, flotaba un encendedor que daba vueltas, como un vaivén eterno que no paraba de rotar. Miraba inundada en ésta la preciosidad que podía ser la Telequinesis. Hasta que, finalmente abrió la mano y lo dejó caer en ésta. No recordaba a quien se lo había robado, pero llevaba con ella un par de décadas. Evidentemente no funcionaba, pero por alguna razón, le gustaba llevarlo siempre. — Vaivén, pero sobretodo ven.

Salió finalmente de su mundo y miró al aula donde se encontraba. Vacío. Estaba completamente vacía a pesar de tener decenas de sillas en ésta. Los pequeños que debían ocuparlas, jugaban ajenos a todos en el patio trasero de la escuela, ajenos a todo. Su inconsciencia podía incluso ser perturbadoramente adorable. Un sonido seco sonó se espalda mientras arqueaba ésta hacia atrás, haciendo crujir su columna recolocando cada vertebra. Se incorporó y giro sobre sus talones, empezando a caminar al otro lado de la mesa donde tenía varios papeles. Cogió uno de éstos y empezó a leerlo por enésima vez y con detenimiento. — Un cura. — Musitó alzando su labio superior con una expresión de asco. La fe era una autentica subnormalidad. Ese día, uno de esos predicadores de Dios tenía que venir a su aula para guiar a los niños que quisieran seguir el camino del señor. Pero, ¡Señor! ¿A quién se le había ocurrido la genialidad de meter un cura — que seguramente sería un viejo canoso y decrepito — con veinte pequeños pequeños en una sala. Sonaba a perversión con solo pensarlo. Pero, no todo era malo. Mientras el hombre — de un muy probable retraso mental — hablaba con sus alumnos, ella no lo tendría que hacer. Siempre era de gusto que le quitaran el trabajo.

Finalmente la sirena del edificio sonó, lo que daba paso a que todos los pequeños volvieran a sus aulas. En apenas unos minutos, la puerta ya se había abierto para dejar paso de niños pequeños y sudorosos que venían de jugar a mierdas. Paciencia. La castaña, con ese aura angelical que era capaz de poner, les sonreía mientras ellos la saludaban con alegría. Aunque si la conocías, ver a Ray sonreír incluso te pondría los pelos de punta. Finalmente todos tomaron asiento. La chica se paseó por el aula para acabar de poner algo de orden en la sala. Ese día llevaba una indumentaria normal, unos jeans estrechos y una camiseta negra, de media manda y con un escote algo prominente, al cual los niños no le daban importancia, pero sí sus traviesos padres que venían después a recogerlos, y que pedían varias citas innecesarias con la tutora para "hablar de sus hijos".

Olor. Aquel nostálgico olor inundó sus fosas nasales. Era jodidamente familiar, más no lograba recordar de quien era. ¿Sería alguno de sus muchos "amigos"? Quien sabía. Lo único que podía adivinar, era que hacia al menos un siglo que no lo olía.

Se colocó frente a toda la clase y pasó a hablarles. — Bueno pequeños. — Inició con una voz aterciopelada. Una dulzura. — Como ya os dije, hoy vendrá un sacerdote a daros una pequeña charla. Recordad ser respetuosos con él. Y- — El sonido de pequeños golpes que pedían paso en la puerta la interrumpieron. — Oh, así que ya ha llegado. — Añadió buscando rápidamente el papel con el nombre del cura por la mesa. Lo agarró con sus finos y los largos y lo leyó mientras continuaba. — Dad la bienvenida al Padre... — Entonces lo recordó. Ese olor. Solo de imaginarlo una maliciosa sonrisa se dibujaba en sus labios. Tenía que ser una broma. — Al padre Milos. — Añadió mientras abría la puerta, dibujando una socarrona sonrisa mientras miraba a quien estaba al otro lado de la puerta. Le miro. Joder si lo miro. Le estaba costando la vida no echarse a llorar allí mismo. — Bienvenido, padre Milo. — Añadió clavando sus ojos en los del predicador, con una voz fina y delicada, pero mirándole con una expresión de burla. — Puede pasar. Un gusto en conocerle.

¿Él? ¿Un cura? ¿Podía haber alguna aberración más depravada que eso? Lo dudaba. Al final, la clase sería divertida, junto a su buen amigo Miklavz Milos Tomčič.
C.
C. "Ray" Kähler

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Clash. — Priv. Miklavz. Empty Re: Clash. — Priv. Miklavz.

Mensaje por Miklavz M. Tomčič Jue Mar 19, 2015 4:56 pm

Ya mismo quería preguntarle si aquél escotito era para deleite y disfrute de los niños.
Ja. Ja. Ja. Claro que no. Era para que todo aquél que midiera más de un metro y medio de altura, se detuviera a clavar la mirada en aquellas dos buenas razones de existir y luego le invitara una cena gratis. Pero qué pícara nos había salido la dulce y mona maestra.
Ok, tiempo de parar de mirarle el pecho y ponerse a trabaj...
...pero joder. La cara. La cara arruinó el efecto. Hasta se sintió un suave "crac" (presumiblemente, el sonido que hizo su corazón al romperse). Sí, le rompió la ilusión. Mira que topársela allí... lo último que esperaba. Puso los ojos en blanco antes de mutar su expresión e inducirse una sonrisa. Pasó a su lado sin dedicarle ni una palabra y cruzó por la puerta con pasos rápidos y eficaces, casi apresurados... Y es que quería ver si todas las cabezas de los niños estaban en sus respectivos cuerpos. Le lanzó una mirada  de "sorpresa", que parecía fácilmente traducirse en palabras no dichas: "Un aplauso para ti. Ni a uno le falta una gota de sangre".
Buenos días, niños—les saludó jovialmente dejando la Biblia sobre el escritorio de la "maestra". Rió en su fuero interno de solo saber que debía adosar dicho término a la desquiciada figura femenina que le había abierto la puerta. Con un gesto leve e innecesario, hizo como que se sacudía alguna imaginaria pelusa de la negra sotana, mientras abarcaba el salón entero con una mirada y su estúpida sonrisa de tipo al que le sobran las buenas razones para vivir la vida y que infinitamente, comienzan enumerándose a partir del uno y se rellenan con Dios, Dios, Dios, y así sucesivamente.
¡Pero cuántos bellos retoños tenemos por aquí!
Ah... pero qué mierda. Cómo odiaba a los niños.
No sé si la señorita Kähler  les haya comentado ya sobre aquello de lo que he venido a hablar—arqueó las cejas como esperando a que alguno de aquellos potencialmente retorcidos humanos dijera algo al respecto. Incluso logró a la perfección el efecto de "me hago el interesante para que crean que la religión es algo misterioso y divertido".
Todos negaron obedientemente con la cabeza.
¡Uuuuh!—medio se encogió de hombros, pintando en su cara una expresión de empático horror, como si fueran a regañar a alguien—. ¡Me parece que la señorita Kähler no hizo su tarea!—canturreó juguetón como quien no quiere la cosa.
Los niños miraron boquiabiertos a la susodicha, como si el "no hacer los deberes" fuera el olvidado onceavo mandamiento. Hasta parecía que les vendría bien aprender la palabra "sacrílega" para esta muy indicada ocasión.
Niños—llamó robando la dispersa atención de aquellos pedazos de carne con ojos una vez más—, de lo que quiero hablar hoy, es del bien—y miró a la otra cuando dijo—:...y el mal.
Todos se miraron entre ellos e incluso se elevó un moderado cuchicheo. Sin embargo, el silencio se recuperó rápidamente. Todos parecían estar muy interesados en si se morirían prendidos fuego en el infierno. Pues sí, eso pasaría, ¡pero bueno! Decirles aquello era como contarles el final del cuento que les leían por las noches.
¿Qué creen ustedes que son lo uno y lo otro?—miró a la perra desgraci...--a la maestra y ladeó un tanto la cabeza—. ¿Usted qué opina?
Y todos los pequeños ocelos de cervatillo se fijaron en ella. La respuesta debía ser la perfecta, ya que ella era quien les enseñaba, y quien les enseña, lo sabe todo, como mamá o papá.


Miklavz M. Tomčič
Miklavz M. Tomčič

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Mensaje por C. "Ray" Kähler Jue Mar 19, 2015 5:30 pm

Tras que entrara el Padre a clase y de perdiera en ésta, cerró la puerta y giró sobre sus talones apoyándose en el marco. Arqueó algo su espalda y dobló levemente su pierna derecha, apoyando sobre aquella madera su trasero y parte alta de su espalda. Aquellos afilados orbes añiles siguieron cada movimiento del nuevo invitado en clase. Aún no podía creérselo. Era difícil sorprender o perturbar a la castaña, pero ver a aquel hombre vestido de cura solo era equivalente a verlo vestido de mujer, con tanga y ligero. Aunque conociéndolo quizás era uno de sus raros fetiches. La cara de sorpresa al ver todos los niños sanos y salvos fue respondida por una expresión divertida. Alzó sus cejas y se encogió de hombros. — ¿Que esperabas? —.

La mirada de la chica recorría el cuerpo del hombre de arriba a abajo descaradamente, aún con aquella expresión de burla. No era una persona acostumbrada a reír, que suerte tenía que su amigo el cura pervertido le alegrara de aquella manera. Aunque ahora que lo pensaba; ¿Amigos? Hacía unos 100 años que no le veía, pero aún así el odio que sentía aquel hombre por ella debía ser el mismo de siempre. Seguramente estaría deseando cortar su cabeza y llevar a los niños a jugar a Volleyball con ella.

Escucho las palabras del padre cruzándose de brazos aún con una dulce sonrisa dibujada en los labios. Cuando las miradas de los niños se clavaron en ella por no haber hecho su tarea, la joven profesora soltó una fingida y falsa risa, pero cualquiera hubiera dicho que era la de un ángel. "Señorita Kähler". Muy bueno. — ¡Pero padre Milo! ¿Cómo iba yo a poder explicar tan bien como usted a qué a venido? — Exclamó llevando una mano a su pecho fingiendo sorpresa. — Yo nunca podría haber explicado a mis pequeños alumnos todos sus magníficos conocimientos. — Comentó acercándose a uno de ellos, reposando los codos sobre su mesa inclinada hacia adelante, dejando a la vista del buen padre una suculenta vista que, evidentemente, jamás interesaría a un sacerdote. — ¿Verdad, pequeños? — Añadió mirando al pequeño que tenía a su lado con una tierna sonrisa. — ¿No es mejor que ésta cura tan genial nos lo explique él? — Preguntó haciendo énfasis en la palabra genial, como si de verdad aquel cura fuese algo maravilloso.Los niños enseguida asintieron con caras de felicidad. Por favor, manipularlos era más sencillo que hacerle bajar los pantalones al cura.

Siguió escuchando atenta a Milo, tanto ella como sus alumnos, que se conmocionaron al llegar al momento; bien y mal. Una maliciosa sonrisa de dibujo en la profesora mientras se incorporaba y pensaba unos segundos. — ¿Qué opino? Veamos... — Musito aún mirando al padre llevándose un dedo a sus carnosos labios entreabriendolos pensativa. — Bueno, todos mis pequeños siempre hacen el bien. — Acarició la cabeza de una de las pequeñas. — Están aprendiendo y siendo educados por una buena profesora así que, es evidente, que estos chicos serán muy buenas personas, y podrán seguir el camino de Dios. — Añadió. — No obstante creo que todos tenemos algo de bien y mal dentro. — Añadió empezando a pasear por la clase con andares tranquilos y lentos, contoneando sus caderas. — Pero, ¿Qué hay de usted? Quiero decir; es un hombre que ha dedicado su vida al señor. — Continuó caminando acercándose más y más al cura. — Irradia bondad. — El sarcasmo podía cortarse con motosierra. Finalmente llegó y se paró frente al padre, alzando la cabeza para mirarle. — Pero... ¿Nunca ha sucumbido a las tentaciones del mal?. — Finalizó llevando sus manos al cuello de su sotana, arreglando éste ya que estaba mal doblado, mientras miraba a su cara con una expresión socarrona y arrogante.

Enseguida se separó del pastor y se giro hacia sus alumnos. — ¡Hey pequeños! — Exclamó fingiendo emoción juntando sus manos. — ¿Alguno de vosotros le interesaría ser padre de una Iglesia en un futuro? Que tal si le preguntáis al padre Milo todas vuestras dudad. Sobre su día a día, sus tareas... — Comentaba divagando entre sus obligaciones, con la intención de llegar simplemente a la última. — Sí su trabajo le llena, cuando se decidió a seguir ese camino... — Hizo una breve pausa. — Sobre su castidad... — Sonrió. ¿Castidad? Ese "picha brava" no se lo creía ni drogado. — Y, cuando acabemos la reunión, le recompensaremos al padre Milo con una canción. ¿Qué os parece? — Añadió sonriendo a todos sus alumnos que respondieron un unisono "¡Sí!" a la vez y emocionados. Se giro y miro al padre sonriendo, con aquella dulce aura que la rodeaba. — Le encantará. — Musitó mirándole de reojo. Podía verse incluso como se relamía los labios y disfrutaba con aquella situación. ¿La canción? Sabía que Miklavz odiaba a los niños, y esos niños cantaban tan rematadamente mal que si no hacían saltar los instintos homicidas del cura, nada lo haría. ¿Acaso lo estaba poniendo a prueba una y otra vez? Quien sabe. Las costumbres de los viejos amigos nunca cambian.
C.
C. "Ray" Kähler

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Clash. — Priv. Miklavz. Empty Re: Clash. — Priv. Miklavz.

Mensaje por Miklavz M. Tomčič Jue Mar 26, 2015 11:37 pm

¿Qué si había sucumbido a las tentaciones del mal? JÁ, por Satanás, hasta parecía que había olvidado con quién estaba hablando. Anda, Milos no sucumbe a las tentaciones del mal, porque él mismo es el mal. Es la oscuridad en la noche, el llanto del inocente, el camino equivocado en la vida del buen hombre y la perdición que se lleva tatuada en la piel desde que, como humano, se descubre que se tiene poder de elegir entre lo que es "bueno" o "malo". Pero astutamente juega entre ambas definiciones, tergiversándolo todo y vendiendo el cuento barato de que todo se trata de puntos de vista, vivencias y carácteres que nos diferencian los unos de los otros. Una flor. Una dulce joven de campo puede pensarla bella, colorida y perfumada. Que le alegra las mañanas y que hace al paisaje, porque entre ellas ha vivido repleta de paz y armonía. Pero un viejo florista, amargado y solo, que lleva adelante el negocio de vender coronas de éstas coloridas plantitas para adornar, no paisajes ni bellos escenarios, sino que tumbas y ataúdes, las verá como sinónimo de muerte, depresión y en consecuencia (la mayoría de las veces) les profesará un amargo disgusto. Fin. Puntos de vista. ¿A que no es lógico y muy creíble su mirar?
¿Cómo explicar esto a los cándidos niños, o siquiera a Ray, que clavaba en él su provocativa mirada? En otros tiempos, podría simplemente haberla empujado fuera de la habitación y haberla follado allí mismo, en medio del pasillo sin más miramientos ni dudas, solo con la certeza de que bebería de su calor y que con ello estaría satisfecho. Pero el tiempo, los años y las almas que había cosechado, le habían pesado en los hombros de tal modo que así se aseguraría de pensar las cosas, por lo menos tres veces.
Una amable y cándida sonrisa (tan cálida como bella luz solar), se dibujó en su sereno rostro. Le devolvió la mirada, realmente lo hizo. Sin moverse un ápice, sin quitársela de encima o cambiar el tema de conversación para tener una excusa y así poner distancia entre ambos, le transmitió contundentemente (y de la manera más irónica existente) su indiferencia. Sus provocaciones no le moverían un pelo. Tal vez antes. Pero no hoy, ni en ningún futuro, cercano o lejano. Sin embargo, el borde de su boca tiró, indicando la obvia risa que se agolpaba en su interior.
Pero anda si creyó que ella se daría por vencida. Claro que no. Caso contrario, hubiera pensado que no era la Ray que tan descaradamente hizo que (años atrás) su misión de encubierto se fuera al garete. No le extrañó para nada que ella volviera a la carga como una estampida de toros. Y, naturalmente, como que él no se llamaba Milos si no estaba preparado de ante mano para ello. Y si creía que iba a escuchar cantar a esos pequeños humanos, estaba tonta.
Así que sí, se embarcó en la tedioso rutina de los que eran de su calaña, haciendo hincapié en aquellas cosas que la gente no relacionado con el ambiente, tendía a mirar con horror y espanto, como si no pudieran creerse lo retorcido que podía ser un buen creyente del Señor.
Y ya estaba llegando a la parte que, evidentemente, la castaña quería escuchar. Probablemente con palomitas a mano y una sonrisa burlezca en el rostro. Pero todavía no acababa de entender bien que tuviera que hablar de castidad a críos que probablemente aún le preguntaban a sus padres de dónde venían los niños, si nacidos del repollo o los traía la cigüeña. En fin, realmente iba a explayarse en el tema, pero oh... su destino es el peor. Lo jode precisamente cuando no desea ser jodido. O más precisamente cuando tiene a los espectadores menos propicios (en este caso particular, a aquél esperpento de mujer).
Sintió como su cabeza fue atravesada por un punzante dolor, que bien podría haber pensado que le habían clavado un puñal en el cráneo. Pero era consciente que no era el caso. Sintió iguales padeceres en los brazos y piernas, pero con un buen dominio del dolor, tan solo se dobló un poco sobre sí mismo.
Se excusó con una sonrisa antes de retirarse por la puerta.
Caminó tambaleante por los pasillos hasta que finalmente, encontró una habitación carente de seres vivos, donde parecían guardar balones, mantas y todo tipo de utilería necesaria para la entretención o cuidado general de niños. Se lanzó de espaldas sobre una pila de colchonetas que estaban dispuestas descuidadamente, respirando agitadamente. Sintiendo una gran falta de aire y una agobiante claustrofobia, se quitó la sotana y desabrochó los primeros botones de su camisa a ridículo cuadrillé. Se masajeó el rostro, el dolor a su cerebro asentuándose. Tenía que recuperar su calma, lo último que quería, era que la arpía ésa le viera en aquél estado.
Mira que ser jodido por un simple humano... ah. Tragedia la suya.
Miklavz M. Tomčič
Miklavz M. Tomčič

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Mensaje por C. "Ray" Kähler Jue Abr 09, 2015 10:14 pm

Escuchó paulatinamente la charla de aquel sacerdote mientras seguía manteniendo su perfecta y armoniosa aura de bondad. Irradiaba serenidad y saber estar. Su sonrisa, leve e incluso tímida podía verse que en realidad era, por dentro, una sádica y divertida. Estaba realmente disfrutando de ver a aquel hombre en aquella situación. ¿Qué le habría pasado en su vida para llegar a ser cura? Seguramente algunas monjas calenturientas a las que se podía follar después de todas las sagradas misas. Que hombre tan travieso. Verle como representante de Dios y del bien era, cuanto menos, lo mejor que veía en años. Además, ¿había engordado? De verdad que estaba patético con aquella sotana. Los niños les miraban embelesados por su charla, como si miraran lo más curioso que habían visto nunca. Y realmente aquellos pequeños trozos de carnes inútiles no se equivocaban tanto. Entonces fue, cuando vio la debilidad. Y ella se alimentaba de todas las debilidades.

Milo se retorció intentando mantener la compostura, pero era evidente que algo no iba bien en él. Por su parte, la maestra siguió con la misma expresión tranquila y sonriente al verle, sin mediar palabra cuando éste abandonó la sala. Le siguió con la mirada y tras cerrar la puerta de incorporó y dio varios pasos hasta los niños. Sin  mediar palabra y aún con una agradable sonrisa, alzó una de sus manos y en cuestión de segundos, el sonido de las cabezas golpeando con las mesas de sus dormidos alumnos se hizo latente. Su virogénesis era de gran utilidad cuando quería mandar a dormir a esos engendros. — Portaros bien, si?. — Musitó caminando hasta la puerta a sus 20 inconscientes alumnos. Cerró la puerta tras de sí alzando otra de sus manos y mientras tomaba marcha por el pasillo de escuchó cerrar el pestillo de la puerta. El eco de sus pasos empezó a resonar por aquellos pasillos, donde avanzaba cual león que buscaba su presa. Pero los años dejan huella, así como el olor de aquel cura, el cual llenó sus fosas nasales cuando pasó frente la puerta de aquella sala. Frenó en seco y se quedó frente a ésta, pensativa.

¿Cuando había sido que se habían conocido? ¡Quién sabía! Lo único que quedaba entre ellos era aquel irracional odio. Cosa que jamás entendería. Aún así, a pesar del odio que Milo sentía por ella, no podía culparle. ¿Quién no lo sentía? Ray jamás destaco por su bondad. Ella era todo el hijoputismo del mundo concentrado en un mismo ser. Era una zorra, una víbora, un ser despreciable. Alguien que no sentía el más mínimo sentimiento agradable. Pero, así era ella, y le encantaba.

Finalmente abrió la puerta y entró, cerrando ésta tras de si. Le vio allí tirado sobre aquellas colchonetas, intentando serenarse y con serios problemas para respirar. Estaba patético. La debilidad era patética. — Milos, Milos, Milos... — Murmuró acercándose a él. — ¿Qué te ocurre? ¿No te sientes bien, amor? — Murmuró con una aterciopelada voz que fingía bondad y preocupación. Se paró a su lado y se agachó, llevando una de sus finas manos a la cara del contrario, acariciándola con una tranquilidad perturbadora. — Dime, mi buen amigo, qué te ocurre?. — Sonrió. Las sonrisas de las castaña eran unas de las sonrisas más escalofriantes del mundo si sabias lo que se escondía detrás de ella. Sino, era una angelical curvatura. — ¿Es la emoción por verme tras todos éstos años? Sabía que te quitaba el aliento, pero no de éste modo. — Jugó.

Su voz era sarcástica y socarrona. Le gustaba jugar con él. Se incorporó y se sentó sobre él, poniendo ambas piernas a casa lado, dejando reposar su trasero sobre las caderas de éste. Llevó una de sus manos al cuello del ajeno, acariciándolo con sus uñas muy lentamente. — Sabes... Mi sangre es muy venenosa. — Ronroneó mientras llevaba su otra mano al pecho, acariciándolo y bajando lentamente por éste, empezando a juguetear con otro de los botones de su camisa. Aunque fuera una mujer, el odio que sentía aquel hombre por ella de seguro hacía que tenerla sobre él de ese modo le diera ganas de vomitar. — Para mi sería increíblemente fácil matarte justo en éste momento. — Subió uno de sus dedos del cuello a la comisura de los labios del cura. Se hizo un silencio sepulcral. — Demasiado fácil. — Su dulce voz cambió drásticamente, dejando paso a la autentica voz de Ray, la cual Miklavz ya conocía. Si él mal tuviera voz, los labios de la fémina lo estaban dejando salir justo en ese momento. — El inútil Milo que conocí en su día no era la mierda de nena que tengo justo delante. — Apretó el agarré que tenía en su cuello clavando sus uñas en éste. — ¿Qué mierda ha pasa contigo? ¿Tan patético eres que finalmente acabarán contigo? Quizás debería acabar yo misma con tu sufrimiento ahora mismo, antes de que sigas regalando enfermedades venéreas a esas monjas. — Volvió a sonreír.
C.
C. "Ray" Kähler

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