Empezó a escuchar los disparos y los gritos de avisos de los allí apostados. Pedían ayuda y refuerzos, pero sobre todo ayuda. El dolor y desesperación se habían apoderado de sus voces, y a pesar de no estar dentro cuando comenzó aquel infierno para los matones y sicarios de aquel mafioso, le recorrió un escalofrío y a la vez una rabia hacia ellos y por sí misma. Escalofrío por lo desesperados que sonaban, silenciándose sus voces por algún disparo o porque su vida había expirado. Era a algo que aun no se acostumbraba la chica. Arrebatar vidas, y sobre todo tan de cerca… Aunque cumpliera ordenes, no podía dejar de sentir eso. Era humana. En cuanto a la rabia, sentía rabia porque gente como esa era la que había arrebatado la vida de inocentes, y entre ellos la de un cercano familiar (su madre), pero también sentía rabia hacia ella por sentir, aunque fuese por un mínimo instante, piedad y lastima por ellos. Su lado humano era difícil de superar.

-Entro. –Avisó colándose por una de las ventanas que habían acabado abiertas de par en par por la fuerza de la expansión de las primeras explosiones que abrieron enormes surcos en las paredes. Con esas armas el saurio iba a remodelar el solo la casa.  Solo esperaba que no la confundiera con alguno de aquellos desgraciados o le pillase entre ellos en mitad de un intercambio de fuegos. Así, tras avisar e introducirse dentro, tras un rápido vistazo a lo que quedaba en pie en aquella ahora sala, se puso en movimiento para buscar la sala de control de las cámaras. –“Albino”, si vas a encargarte del generador auxiliar, lo tienes tras la casa. Con un buen pepinazo está fuera. –Informó moviéndose con rapidez y sigilo, teniendo que permanecer inmóvil tras una pared para dejar pasar a dos tipos que iban hacia donde estaba Puf. Eran de los pocos refuerzos que debían quedar.

Pasados aquellos dos tipos siguió su camino, inspeccionando la casa de forma rápida. Leía el posible circuito eléctrico de la casa. A falta de planos que la guiaran o la tuvieran preinformada sobre dónde encontrar lo que buscaba debía seguir su instinto y leer las pequeñas pistas que la casa le ofrecía; conexiones, intensidad alumbrado, surcos o marcas en las paredes que indicaran la entrada de tendido eléctrico e incluso por el número de cámaras por áreas. Cuantas más cámaras más seguridad, y donde más seguridad hay, significa que hay algo importante cerca. Se acercó a una puerta que, por su cerradura de código debía de ser de algún tipo de control. Con la agilidad de una experta desmontó la carcasa de aquello y, cortando un par de cables, los juntó para crear un pequeño cortocircuito del sistema, lo que hizo que las puertas se abrieran. Dos tipos se giraron en sus sillas hacia ella, y lo que tardaron en reaccionar para sacar sus armas y apuntarla, Kaori les asestaba a ambos una patada con la que desorientó a uno y tiró a otro de la silla. Al que estaba desorientado le asestó un corte en el cuello. Rápido y sin piedad, tragándose todo sentimiento. Mostrándose fría. Le apartó de la silla, se sentó en ella y se puso a trastear con l amesa de mandos. –Cámaras fuera en 3, 2, 1… Fuera. –Todas las pantallas quedaron en negro. –Bien, y ahora a destruir pruebas. –Dijo sin levantarse de la silla, metiéndose en los archivos guardados por si habían grabado a alguno de ellos. Con la de cámaras que había era más que posible.

-Deja eso. Levanta las manos y gírate lentamente. –Dijo la voz robótica a sus espaldas, obedeciendo. Levantó las manos y se giró haciendo girar la silla sobre su propio eje. –Maldita puta escurridiza. –La escudriñaba con sus rasgados ojos, apuntándole con una gran fusil. No era moco de pavo. Un disparo de aquel arma y la sacarían de allí echa papilla. –Deja el arma en el suelo y ponte en pie. ¡Vamos, furcia! –Se le veía nervioso. Por sus pintas Kaori suponía que bien le había pillado con alguien o descansando plácidamente mientras su riqueza aumenta gracias a la corrupción tras los muros de su mansión.

A punta de arma salió de allí y fue dirigida a la que era la habitación del cybor y jefe de la mafia. Iba a ser usada como escudo y garantía para salir de allí con vida. Así pues, con sus armas sobre la cama de aquella basura corrupta, se encontraba de rodillas frente a él, de cara a la entrada por la que debieran aparecer sus compañeros. Sus manos en alto y la boca del arma acariciando más que sutilmente su nuca. –No vas a conseguir salir de aquí. No soy más que una técnica. Me pueden sustituir. -Podían escuchar todo sus dos compañeros.

-¡Cállate! –La instó, golpeándola en la espalda con su pierna biónica, haciéndola interponer sus manos entre el suelo y ella, acabando a cuatro.

Mafioso:

Ispago estaba rearmándose en el pequeño arsenal que había en la torre de vigilancia, mientras ojeaba un par de mapas y  seguía escuchando las caóticas voces de los mercenarios  intentando ocultar la desesperación en su tono, la mansión pasó de ser una lujosa construcción moderna a un conjunto de pilas humeantes en menos  de una hora, y sus moradores parecían que compartían el mismo destino, cada medio segundo alguien notificaba la muerte de alguien más, la desaparición de uno o de un grupo que decidieron traicionar a su jefe y robar las pocas cosas de valor que quedaban y huir por sus vidas, como siempre la vida de uno mismo vale mil veces mas que un buen sueldo, pero siempre se aprovechaban para llevarse un suculento recuerdo.
>Esto esta hecho, dudo mucho que alguien este dispuesto a enfrentarse al causante de esta ola infernal, nosotros< pensaba Ispago mientras se preparaba para vigilar la torre para notificar de cualquier imprevisto des de allí a sus compañeros, hasta que escuchó la transmisión de Kaori, causándole un pequeño infarto.

Actuó por instinto, fue saltando de arboleda en arboleda, cubriéndose en ruinas o demás para evitar perder el tiempo con los restantes mafiosos, ignoró el generador auxiliar No se va a mover de allí ademas dudo que quede algo funcional Se repetía Ispago, su instinto de batalla le gritaba que volase el generador por los aires, mientras que su honor le decía con voz calmada pero constante: >Sigue tus propias normas, pero síguelas hasta el fin, juraste hacer todo lo posible por evitar que muera un compañero, así que sigue tu camino o deshonrate a ti mismo>

Atravesó una ventana, rota por el gran ruido de las explosiones, para entrar en la sala donde se suponía que estaba Kaori, irónicamente ver al drackoyano agarrando al mafioso mostrando una furia que emitía energía a través de su mirada le tranquilizó.
Se acercó al mafioso, intentando calmar a su compañero poniéndole una mano en la espalda, reacción de forma brusca pero se calmó al escuchar a Ispago -Cálmate un instante, asegúrate que Kaori esta bien, yo le sacaré información a este imbécil.

Una vez tenía un poco de espacio, Ispago sacó la antigua katana de Illys, la miro unos instantes recordando su antigua vida y como ella le ayudó a ser mejor persona, y acto seguido atravesó las rodillas al androide con el arma, impidiendo que se mueva, obligándole a ponerse de rodillas, para que finalmente le cortara su brazo artificial y le colocara el filo de su arma en el cuello quemando levemente su piel por el calor que emitía esta.

Ispago cerró un momento los ojos, al abrirlos, su único ojo bueno que le quedaba había perdido brillo, mostrando una pupila que parecía estar teñida de sangre, con una voz neutra, como si saliera de una máquina sin alma.
-Escúchame, solo te lo diré una vez, casi todos tus guardaespaldas están muertos o huyen como ratas, dudo mucho que a tu superior le importes dos mierdas así que no te echará en falta, por lo tanto si quieres vivir otro día responde ¿Donde esta Náyade?-

Durante unos segundos el tiempo pareció congelarse, hacía mucho tiempo que Ispago no volvía a ser de esta forma, un ser dispuesto a acabar con todo para conseguir lo que quería, en su interior había vuelto a ser un mercenario por unos instantes, instantes interrumpidos por la voz llena de terror del mafioso.
-Vale, en la parte este hay una pequeña casa, dentro de esta hay una mesa con un portátil, ábrelo y solo pulsa 0-P-3-N espera cinco segundos y dale al enter, se abrirá una puerta al búnker, no sé que hay allí, solo que Náyade siempre usa ese sitio cuando está en problemas y que tiene una tropa de robots militares autónomos con batería propia, ahora déjame en paz demonio!
Ispago se quedó satisfecho, sacó su pistola y puso una bala de dardos eléctricos aturdidores y la disparó en el abdomen de su rehén, dejándolo K.O al instante.

Cerró los ojos de nuevo, esta vez al abrirlos su, temporalmente, única pupila mostraba un rojo brillante y juvenil, como si pertenecieran a un joven inocente y feliz.
-No sé vosotros pero yo estoy listo para acabar con esto, me imagino que el búnker tendrá su propio generador así que ir a por el otro será inútil, aviso que no podre utilizar mis trucos únicos, mis heridas me lo impiden.- Dijo Ispago con una voz llena de vida y ilusión, como si no acabara de torturar a alguien hace cinco segundos.

¡Mhg! –soltó por la patada en su alta espalda, cayendo hacia delante. Tuvo que bajar sus manos e interponerlas entre ella y el suelo para no cavar de bruces contra el mismo, obligándola la lesión de su hombro a caer finalmente de costado. Justo cuando aquel caos empezó. El humo, el ruido y el caos de la sala, lejos de ser lo que ella se esperaba, la dejó desorientada por uso segundos. Además del inesperado golpe que, aunque moderado, le dio Blaze con la intención de alejarla del peligro. –Tsk… -se sentó en el suelo, apretándose el hombro lesionado. No le había dado problemas hasta ahora. Aquella patada había dado donde dolía, y la tensión al frenar la caída había sido el latigazo final. Sin embargo, se olvidó de la molestia al escuchar el rugido de su amigo y compañero. Grave, profundo y aterrador.

Hacía años que no escuchaba aquel sonido, y esperaba no hacerlo. O al menos, no ser a ella a quien le fuera dirigido. Veía a Blaze como a un amigo, como a un hermano casi, por lo que ni se paraba a pensar en esas diferencias que había entre ambos. Y no solo entre ellos. Entre todo el mundo. En momentos como este veía el real potencial de Blaze, y no solo un buen físico bien entrenado, unas capacidades psíquicas y técnicas, sino también una raza hecha para el combate, la acción e intensa.

Entonces, de seguido a aquel rugido entró por la ventana su otro y nuevo compañero. Ispago. Kaori se limitó a asentir con la cabeza en señal de que estaba bien, sin dejar de tomar su hombro. Se puso en pie al ver que Puf se giraba y se acercaba a ella, forzando una media sonrisa mientras tanto. –Gracias. Me confié, perdona –se disculpó por las molestias causadas al dejarse atrapar tan tontamente por aquel cyborg. Echó un vistazo al nuevo, quien le sorprendió. No sabía si para bien o para mal, pues parecía alguien totalmente diferente. Incluso le resultó sospechoso. No eran sus palabras, era su mirada, su tono y su presencia. Había cambiado. “¿Pero qué…?” Al oír que los métodos de Ispago funcionaban miró a su amigo, movió el brazo un poco confirmó su estado, acercándose a la cama donde tenía sus dos armas y la katana.

-Yo también estoy lista. No me voy a quedar atrás. –Dijo por si su amigo le pedía que se quedase atrás. Ella también era un agente. No era una mera mecánica. Tal vez en la última misión su función fuera más técnica que de asalto, ¿pero es que acaso se olvidaba que se entrenaban juntos en la academia? –Puedo echarte un vistazo. No soy médico, pero no es la primera vez que hago curas de primera necesidad. Aunque se te ve en forma para estar tan jodido. –Bromeó, atándose la catana a la cintura y ojear al albino.

-Te seguiría hasta el mismísimo infierno solo para poder darle su merecido a esa hija de... Ispago no pudo acabar su frase, las múltiples heridas le habían dejado exhausto y la onda de extremo calor volatilizó sus restantes energías, obligando a su cuerpo a desconectarse para poder regenerar todos sus tejidos.

Al despertarse, estuvo diez minutos intentando recordar que había pasado y el por qué no sabía donde estaba. Cuando ya estaba plenamente consciente de sí mismo, Ispago observó la sala donde estaba, era totalmente blanca  con una cortina que tapaba ya la poca luz que entraba, pensaba Ispago mientras se fijaba en la mesa que había al lado, estaba llena de aparatos médicos, cubiertos de una extraña substancia gris que le era muy familiar a Ispago, eran los restos de sus tejidos muertos, al ver su PDA sobre la mesa recordó los hechos pasados como por arte de magia.

Se dijo a sí mismo en su mente mientras se movía hasta su PDA, era una tarea de dioses, dado que la mayor parte de su cuerpo era un peso muerto, literalmente, ya que las heridas se cargaron todos sus nervios, obligándose a moverse solo con un brazo y balanceando su tronco como un gusano.

Cuando ya estaba a medio camino una enfermera entró en la sala, al ver a Ispago le acercó su PDA, y sacó una especie de libreta de la mesa junto a un bolígrafo, apunto un par de cosas y empezó a decirle a su nuevo paciente:
-Hola, señor Signus, el capitán Blaze le trayó aquí para que se recuperase de sus múltiples heridas, le recomiendo que descanse, no sabemos como es posible que haya sobrevivido tanto con casi todo su cuerpo medio muerto al parecer, bueno antes de nada como se encuentra?
Ispago no le sorprendió que los doctores creyeran que el cuerpo de él hubiera "muerto", dado que cualquier herida transformaba las células de su cuerpo en una substancia gris inerte, tampoco le sorprendió que al intentar hablar solo salieran un sonido gutural des de su garganta, notó en un instante que su cerebro aún no estaba listo para mover partes "delicadas" de su cuerpo como la lengua. Así que decidió responder escribiendo en su PDA.
-Estoy bien, solo que necesito una semana larga de descanso, antes de las demás preguntas y revisiones ¿Podría hablar con Puff Blaze si está aquí, o darme alguna forma de contactar con él?- Al acabar de escribir le mostró el texto a la enfermera.

La enfermera, sorprendida de método usado para que le respondieran, apuntó algo mas en la libreta, para luego comentar: -Desconozco si aún esta aquí, voy a ver si esta mientras llamo al doctor- Dijo con una media sonrisa mientras se iba de nuevo.

Se encargó con lo primero que encontró a mano de las heridas de Ispago. Con sabanas de la cama y de más, improvisó unas vendas tras hacer unas cuantas tiras con ellas, impidiendo con la presión que se desangrara más rápidamente. No había que ser toda una experta en medicina para saber que algo era extraño en ese cuerpo, pues su sangre estaba negruzca, y los tejidos en torno a sus heridas parecían muertos. No se paró a pensarlo demasiado, no reparaba el cuerpo humano, sino los mecánicos, así que tras aquellas curas básicas que permitirían seguir un poco más a su compañero, marcharon juntos a aquel punto a por Náyade. Tan cerca estaban que no se percató de que resultaba hasta fácil.

Como sus dos compañeros, puso atención en aquel vídeo en el que aparecía una niñita hablando. Nunca había visto a la persona que había tras el nombre de Náyade, no pudiendo evitar sorprenderse. Era una mocosa. O eso parecía. Siempre había leído su  nombre y analizado en base a algunos informes sobre sus actos, pero ni de lejos hubiera imaginado que se trataba de una cría quien controlase todo aquello.

Al parecer, Náyade estaba bien informada sobre los drackoyanos, y en concreto, sobre Puf Blaze. ¿Por qué? No tenía respuesta. Sabía el afán de su amigo en encontrar a aquellas personas que violan la paz del universo, su sentimiento del honor la lealtad y que buscaba hacer de la galaxia un sitio más seguro y mejor, pero… ¿Por qué estaba tan al corriente de cómo era Puff? Entonces, al escuchar las últimas palabras de Náyade, volvió a la realidad y, sin reaccionar, sintió una ensordecedora explosión y como algo los empujaba, cayendo al suelo de espaldas. Tras un minuto en el que no pudo oír ni ver nada por la explosión, la chica se mostraba confusa. El hombro le dolió. Puede que se lo hubiera desencajado, pero al llevar su mano a este supo enseguida que no. Ligeramente recuperada, observó y entendió lo ocurrido, agradeciendo a su amigo que les salvase el culo. A ella una vez más. –Entendido. –Asintió ante la orden de que fuera a mirarse su hombro, viendo que Ispago parecía desorientado y al borde de perder el conocimiento si no lo había perdido ya. –Deberías llevártelo cuanto antes. No tiene buen aspecto, Blaze. –Inquirió tras aceptar, claro está, seguirle hasta donde fuera falta para atrapar a aquella mocosa que había intentado matarlos como si fuesen simples insectos. –Espero verte, Red. –Dijo la mujer, dispuesta a marcharse de aquel  caótico lugar reducido a cenizas. Sin un beso, sin un abrazo… solo un gesto con la mano y, sola, marcharse colina arriba hacia su “prestado” vehículo.

Pasó por el hospital a que le echasen un vistazo, recomendándole calor, mantenerlo inmóvil unos días y unos antiflamatorios para el dolor puntual, regresando al agujero del que había salido. Su alquilado, enano y decadente piso.