Tierras Salvajes, 14:00 horas.

Edén es un lugar extraño, en muchos aspectos muy similar a la tierra pero a la vez enormemente diferente en tantos otros. Las criaturas que lo habitan, por ejemplo, son buen reflejo de ello. Muchas de ellas son similares a las que existieron en la Tierra, animales como los que aparecían en las ilustraciones de los libros de Biología de principios del Siglo XXI, mientras que tantas otras especies son totalmente autóctonas, animales únicos que jamás se vieron en la Tierra. Aunque claro, también hay que contar a los experimentos que lograron sobrevivir e integrarse a la vida salvaje del planeta, animales que fueron creados por el hombre pero que responden ante sus propios instintos. De alguna forma el ecosistema se las arregló para poder mantener un equilibrio entre todas estas especies y poder prosperar de tal forma que aún la depredación urbana no ha logrado subyugar ni contener a la naturaleza en Edén.

Kadmus era un buen ejemplo de ello, el Kua’r Thal de zafíreas escamas disfrutaba habitar en los Territorios Salvajes ya que le recordaba que a pesar de todo el progreso que las distintas razas logren alcanzar, la Naturaleza jamás sería domada. Aunque también estaba el hecho de que allí podía asumir libremente su forma natural sin tener que ir todo el tiempo preocupándose de si sería o no visto. Edén tenía esa ventaja, estaba tan lleno de nuevas criaturas que apenas sí reparaban en un “Dragón” volando en el horizonte.

Aquel día, el joven Kua’r se encontraba cerca del cono urbano de Edén, en uno de los tantos bosquecillos de altos árboles que poblaban la superficie del planeta. El clima era el ideal, ni muy frío ni muy cálido, perfecto para moverse en forma humana por el lugar. Usualmente se dedicaba a recorrer el terreno en dicha forma para apreciar el mundo desde otra perspectiva, le gustaba la idea de ver las cosas como los humanos lo hacían, le ayudaba a recordar que el mundo no era igual para todos sus habitantes y que verlo desde seis metros de altura no significaba verlo mejor. Además, en forma humana era más fácil moverse por entre los árboles.

Así, mientras el chico de cabellos oscuros se encontraba caminando por entre la vegetación oyó uno, dos, tres disparos. Intrigado por aquella clara demostración de presencia humana dirigió sus pasos hacia el lugar de donde provenía el sonido y se encontró con dos sujetos de muy mal aspecto sosteniendo una airada conversación sobre qué arma usarían para poder hacerse cargo de las Carnotortugas que tenían frente a ellos. Claramente los disparos anteriores no habían logrado traspasar la armadura que tenían por caparazón dichos animales, dado que la pareja a la que habían disparado los sujetos lanzaba dentelladas al aire y siseaba amenazante en dirección a ellos, pero sin moverse apenas un centímetro de su lugar, seguramente protegiendo sus huevos. Probablemente aquellos tipos eran cazadores ilegales y estaban en busca de los huevos de dichos animales, considerados una exquisitez por gran parte de los más adinerados de Edén. A juzgar por el equipamiento que traían y por el hecho de que habían fallado el primer intento, aquellos cazadores se enfrentaban por primera vez a las Carnotortugas, lo cual significaba que se demorarían aún un tiempo en acabar con la pareja de animales, si es que con el ruido producido por sus armas no atraían a algún depredador más grande…


En cierta forma, lo hicieron.


Los hombres se encontraban a unos siete metros de distancia de las bestias acorazadas, justo frente a Kadmus, quien se acercaba hacia ellos sin emitir sonido alguno. El Kua’r Thal cerró un momento sus ojos y se concentró en el aroma y sonidos en un radio de veinticinco metros a partir de su posición. No había nada fuera de lugar, ningún aroma u indicio de que hubiese alguien o algo acercándose, así que volvió a abrir los ojos y se detuvo un instante justo a tres metros de los cazadores. Si simplemente se limitaba a romper sus huesos, pensó, los tipos volverían a cazar aquel tipo de criaturas apenas se recuperasen, así que debía romper sus espíritus primero, llenarlos de tal terror que nunca más deseasen entrar en un bosque o abandonar la parte urbana del planeta. Por tanto, reunió un poco de aire en sus pulmones y luego emitió un potente rugido justo antes de cargar hacia los cazadores, quienes ni siquiera tuvieron tiempo de voltearse cuando ya se encontraban de cara contra el piso, cada uno con una firma garra aprisionándole el cuello por detrás.


- Ni siquiera intenten moverse, puedo acabar con ustedes en un santiamén. Y de hecho, debería hacerlo, entraron en mi bosque, en mi territorio e intentaron matar a una de mis criaturas ¿De verdad creían que podrían salirse con la suya sin tener que responder ante nadie? Pues les tengo noticias, estaban equivocados, totalmente equivocados… mortalmente equivocados, de hecho. –Su voz sonaba rasposa, deliberadamente oscura e iracunda. Podía oler el miedo en los humanos, pero aún no era suficiente, quizás si tomase su verdadera forma provocaría aún más temor en ellos, o quizás sólo debiese acercarlos al rango de ataque de las Carnotortugas y las propias fauces de las bestias acorazadas harían el trabajo. Lo cierto es que le resultaba incómodo estar agachado y con una rodilla en el piso, pero mantendría así unos momentos más a los humanos mientras decidía qué hacer a continuación. A su alrededor se encontraban dos cosas que parecían metralletas, una pistola similar a las que lanzaban bengalas en alta mar durante las tormentas, y una bazooka de precisión, probablemente adquirida en el propio mercado negro. Debía evitar cometer descuidos, aquellas eran armas peligrosas y él no tenía un caparazón tan duro como el de las tortugas extraterrestres, al menos, no en esa forma.

Carnotortugas: