Recuerdo del primer mensaje :

El primer despertar en casa de Puff había sido especial. Agradable compañía, buenas vistas, paz en toda la casa y sus alrededores, afecto por parte del saurio y todo lo que alguien pudiera soñar. La verdad es que se veía como en un sueño. Y por eso, en más de una ocasión se había pellizcado a sí misma. Para comprobar que era real y no un sueño. Era todo tan bueno que le costaba asumir esa realidad que para algunos era tan normal y cotidiano. La rutina de despertar con la persona a la que amabas, desayunar juntos, pasar un rato más que apacible sin hacer nada más que mirarse a los ojos y darse el cariño que no se habían dado estos casi cuatro años, ir a dar un paseo, hablar de cosas tan banales como planes para el día siguiente, no tener que estar pendiente del reloj…. Todo eso era una rutina que aunque agradable y a la que una podía acomodarse enseguida, Kaori encontraba extraña. Era una mujer activa, llena de energía y de ganas de hacer cosas. No es que quisiera dejar el nuevo modo de vida, ni mucho menos, pero echaba en falta una cosa. El olor y tacto de la grasa de los engranajes, el rugir de motores, el peso en sus manos de las herramientas y piezas… Ese era y sería su gran hobby. Así que, aquella mañana, se despertó temprano, dejando a Blaze dormir un rato más en la cama. Con aquella camisa del saurio que se había adjudicado como suya, bajó hasta el subterráneo garaje. Allí, encendió las luces y se encontró con una vieja y esquelética Harley. Estaba bastante mal. Le faltaban las ruedas, los espejos, el cuero estaba para tirar, las piezas que revestían el esqueleto de la moto estaba oxidado, rallado y con la pintura levantada por el sol. Sin embargo, el motor estaba de una pieza. “Una limpieza, un pequeño vistazo y manos a la obra.” Pensó la morena, que sin pensárselo dos veces empezó a desmontar pieza por pieza aquella joya de la humanidad.

Sin guantes y sin nada más que aquella camisa enorme de su chico, así como con sus braguitas, Kaori se encontraba sentada en el suelo, de espaldas a la puerta por la que había entrado. Había desmontado todas y cada una de las viejas piezas, expuestas ahora cuidadosamente en el suelo en base a un orden de montaje. Tal vez no fuera la más ordenada, pero cuando se trataba de su amor por la mecánica, era totalmente diferente. Amaba lo que hacía. Le apasionaba su trabajo y hobby.

Le faltaba la música, pero por no molestar al saurio que descansaba arriba, se las apañó, tarareando de vez en cuando el estribillo de alguna canción que se le viniera a la cabeza mientras echaba un ojo a la estructura base de la moto. Le vendría bien un pulido para que brillase y así ver si tenía alguna imperfección, pudiendo corregirla a tiempo antes de ponerse con el motor y, después, a reparar las piezas.